Peregrinos de todo el mundo siguen llegando a Ronda al Convento de las Carmelitas en busca del llamado Brazo Incorrupto de Santa Teresa, que en realidad es la mano izquierda de la monja abulense. Junto a la céntrica iglesia de la Merced de Ronda, en el pasaje San Juan de la Cruz, se encuentra el convento del Corazón Eucarístico de Jesús de las carmelitas descalzas. El lugar de asentamiento del Brazo Santo es una diminuta capilla del convento de la Merced y todo aquel visitante que quiere contemplarlo, sólo tiene que pedir la llave en el torno y encomendarse a los favores de la monja más andariega.
Lejos de ser una leyenda, la historia de la mano comienza a tomar interés en el año 1910 momento en el que la reliquia llega a España de mano de las carmelitas expulsadas de Portugal. Varios años más tarde y durante la Guerra Civil Española el bando franquista recupera la reliquia en Málaga desde donde es trasladada a Valladolid donde protagoniza una magna exposición de relicarios. El dictador Francisco Franco obtuvo una autorización eclesiástica para albergar el relicario en la capilla de la residencia del Palacio del Pardo. Costumbre, por cierto, que compartía con Felipe II
Todos conocemos a Felipe II, el monarca en cuyo Imperio no se ponía el sol. Hijo del emperador Carlos V, ha sido uno de los reyes españoles más conocidos de todos los tiempos. Pero hay un aspecto de él no tan conocido: su pasión y hasta fetichismo por las reliquias sagradas. Fue tanta su obsesión por ellas que llegó a coleccionar 7.422 en El Escorial, en las que se incluían doce cuerpos enteros, 144 cabezas y 306 miembros de santos y santas.
La Mano Incorrupta, que permaneció cuarenta años en el dormitorio del Generalísimo Franco como su talismán de la suerte, tuvo que esperar un año después de la muerte del dictador para volver al Convento de las Carmelitas de Ronda. Así, el 21 de enero de 1976 la viuda Carmen Polo y su hija Carmen Martínez Bordiú devolvían el guante santo con un regalo que Franco siempre quiso que portara la Santa en su mano: una insignia militar de oro y brillantes, la cruz laureada de San Fernando, que el Generalísimo lucía frecuentemente en su solapa.
Mujeres estériles son las que con más devoción acuden a la mano de la doctora de la Iglesia, que se exhibe todos los días a la hora de la misa, en una hornacina, a los pies de la Virgen, y el resto del día en una capilla, cerca del torno, donde las hermanas venden mantecados, membrillos, pastas, teresitas, borrachuelos y un sinfín de dulces.
Santa Teresa de Ávila dejó este mundo en octubre de 1582 tras dedicar su vida a hacer el bien y la sorpresa cundió entre las monjas cuando, un año después de su entierro, durante la que sería su primera exhumación, se percataron de que el cuerpo de la fallecida no se había corrompido ni un ápice. Y ese mismo día se decidió desmembrar parte del cadáver. Algunas partes de su anatomía fueron lamentablemente mutiladas con celo y fervor mal entendido: la mano izquierda, desarticulada y arrancada por orden del padre provincial, un 4 de julio de 1583. Y, nueve meses después, un dedo, el meñique de esa mano, que le cortó el padre Gracián de la Madre de Dios» para que le acompañara en su cautiverio.
Aquello abrió la caja de los truenos e inició la triste tendencia de arrancar trozos de su cuerpo como reliquias. Un ejemplo es que, el 25 de noviembre de 1585, tres años después de su muerte y durante el traslado de los restos al Convento de San José en Ávila, ocurrió otro tanto. El cuerpo fue desmenuzado: el pie derecho y la mandíbula superior están en Roma; la mano izquierda fue a Lisboa; la mano derecha, el ojo izquierdo, dedos y trozos de cuerpo, esparcidos por España. Su brazo derecho y el corazón, en los relicarios de Alba de Tormes. Y lo demás sigue incorrupto.