En 2020 un equipo de arqueólogos descubrió un nuevo dolmen en Antequera con dos cráneos de hace 5.900 años.
El hallazgo se produjo a los pies de la Peña de los Enamorados, en una zona que se conoce normalmente como Piedras Blancas. Los expertos creen que pudo ser parte de un espacio sagrado propio de las comunidades neolíticas, antes de que se erigiera el dolmen de Menga declarado Patrimonio Mundial en 2016.
La extraordinaria construcción del Dolmen de Menga en Antequera hace casi 6.000 años siempre ha intrigado a los investigadores, por los numerosos conocimientos de arquitectura e ingeniería que hacían falta para su edificación y porque no está orientado hacia el nacimiento del sol como los demás monumentos megalíticos, sino que mira a la Peña de los Enamorados, macizo de roca caliza cuyo perfil recuerda al de la cara de una persona tumbada. Esas circunstancias hacían sospechar que quienes habían levantado esta cámara funeraria —además de las de Viera y El Romeral, cercanas y posteriores en el tiempo— tendrían que haber ensayado antes su construcción y que la montaña con rostro humano debía tener una significación especial para aquellos pobladores neolíticos. Ambas hipótesis se confirmaron a los tres días de excavación en la zona norte de la Peña de los Enamorados, donde se ha constatado la presencia de un cuarto dolmen, menos monumental que los tres anteriores pero de gran importancia sagrada.
No era un dolmen claro y hacía falta una excavación para entenderlo de manera total, pero la familia propietaria del terreno no daba permisos para realizar esos trabajos. Han hecho falta años de negociación y la preparación de un convenio con la consejería de Cultura de la Junta de Andalucía para que los especialistas pudieran comenzar su trabajo.
Durante las recientes excavaciones, además de los cráneos han aparecido restos de una industria microlítica (pequeñas láminas talladas) y lo que parece ser un betilo o piedra sagrada, cuya función era garantizar la protección de los difuntos. Estos hallazgos sugieren que el uso de este «dolmen» no sólo era solo funerario, sino que también tuvo una función de santuario.
Para realizar esta construcción, los antiguos pobladores aprovecharon la propia naturaleza, ya que parte de este enterramiento se compone de paredes naturales y otra parte está compuesta por lajas de piedra. «Los moradores del entorno aprovechaban las estructuras naturales, como se observa en las pinturas de cuevas o abrigos de la montaña