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Últimas cartas de Robert Boyd en Málaga

Málaga, Convento del Carmen, 10 de diciembre de 1831. Medianoche

Mi muy querido William:

Las tétricas noticias que esta carta incluyen, te las confío a ti de forma que lleguen a mi querida y venerada madre de la mejor manera posible. Antes de que recibas esta carta yo me estaré pudriendo en mi tumba en tierra extranjera. Los preparativos para el ajusticiamiento siguen su curso con presteza a mi alrededor; y mientras estoy sentado con cadenas entre mis sufridos compañeros en el refectorio desde el que te escribo, heraldos de muerte, vestidos con ropaje de tumba, revolotean a mi alrededor, agonizando, según los españoles, los pobres diablos ante la confesión. No han sido pocos y violentos los ataques que me han dirigido para hacerme retractar, y si esa es la versión que se difunde, estoy seguro de que sabrás desmentirlo.

Gracias a Dios estoy tranquilo y perfectamente resignado, en un futuro tengo el presentimiento de que mi espíritu pedirá cuentas por mis errores. Esta noche se llevará a cabo un hecho tenebroso en el Convento de las Carmelitas. La acusación en este caso equivale a condenación.

Piensa en mí en alguna ocasión, ya que a mí en este momento sólo me pasa por la cabeza el dolor que les supondrá esta noticia a mis adorados hermanos y hermanas. Vaya para ellos mi último abrazo y, si acaso llegan a sus oídos los avatares de mi vida, ojalá olviden mis locuras de otro tiempo con el pensamiento de que yo salí en defensa de algo para mí preciado, y no hay ni la más mínima sombra de deshonor en la muerte de vuestro hermano. Él es un hombre afortunado. Su vida ha llegado a su término. Para él ya no existe el futuro. Su vida fue limpia, clara; sin mancha fue y siempre lo será. No hay ningún momento siniestro que llame a su puerta con noticias de una desgracia. El ya está lejos, más allá del deseo o del miedo. Ya no estará sometido al azar o al cambio de inestables planetas. ¡Ay, él ya está en paz!

Mi último y más cariñoso abrazo para mi madre. Adiós.

Tuyo por siempre. Con afecto

Robert Boyd.

Mi querido Harry:

Antes de que ésta obre en tu poder habrás perdido un amigo que siempre te tuvo un sincero aprecio. Los preparativos para el ajusticiamiento avanzan inexorablemente, y dentro de dos horas el caprichoso anhelo de la existencia habrá acabado. El sonido de las cadenas retumba en mis oídos; y esos heraldos del desastre, seres vestidos con ropaje siniestro, revolotean ante mí por el refectorio del convento desde donde escribo. Me rodean insistiendo en que me retracte; pero como mi fe es un poco especial, y mis pecados (debido a su origen) no pueden ser perdonados con su mediación, me siento en la obligación de pedirte que desmientas mi retractación.

Le he enviado 160 dólares al cónsul inglés.

Piensa alguna vez en tu viejo amigo.

Todavía tengo conocidos en Gibraltar y, ya que sería imprudente por mi parte decirte quienes son, dedúcelo y mándales mis mejores deseos.

Dios te bendiga mi querido Harry. Ojalá tengas más suerte y seas más afortunado que

Tu afectísimo,

Robert Boyd.

El Cementerio Inglés de Málaga, como tal, surge como una necesidad, casi dramática, pues hasta su fundación en 1831, morir en Málaga, no siendo católico, constituía una verdadera tragedia para aquellos que deseaban que sus seres queridos reposaran en sagrado. El macabro procedimiento del enterramiento de extranjeros entra de lleno en el terreno del surrealismo. Al muerto protestante se le enterraba en la playa en posición vertical, con la cabeza al descubierto, en plena noche, estando expuesto a continuación a ser devorado por los perros o pasto de los peces al ser arrastrado por las olas mar adentro. Este ritual se vino repitiendo hasta que William Mark, cónsul británico en aquella época, se propuso acabar con tales prácticas. Precisamente él mismo relataba con verdadera aflicción, en uno de sus diarios, cómo fue testigo en más de una ocasión de tales enterramientos cuando paseaba con su familia a la caída del sol. Tras siete años de incansables gestiones, Mark consigue de las autoridades locales el compromiso de la cesión de una parcela para dar sepultura de forma digna a sus compatriotas. El cónsul no logró ver finalizadas todas las obras. Tras su muerte en 1849, le sustituye en el cargo su hijo William Penrose Mark, que continuará la labor de su padre ocupándose no sólo del cementerio sino también de la colonia inglesa y de cuantos viajeros pasaban por Málaga.

Nuestro gran poeta Jorge Guillén, se encuentra enterrado en la
zona católica como muestra del espíritu abierto del cementerio inglés. Entre los personajes ilustres enterrados en el cementerio hay que mencionar a Gerald Brenan y su esposa Gamel Woolsey; a George William Grice-Hutchinson; a Joseph Noble, fundador del Hospital Noble; al cónsul sueco, John Bolín y a George Langworthy . Asimismo se encuentran allí los oficiales y marineros de la nave Gneisenau; también se hallan las tumbas de varios pilotos de aviación de la Segunda Guerra Mundial.

Robert Boyd, fue el primero quien tuvo el triste privilegio de inaugurar la parte antigua del recinto amurallado. Torrijos conoce en Londres a Robert Boyd ex oficial británico que acababa de regresar de la guerra de independencia griega, quien inmediatamente se incorporó a la conspiración y aportó las cinco mil libras que acababa de heredar, en un momento en que Torrijos estaba pasando apuros económicos por financiar a los liberales españoles y portugueses.

Este joven aventurero inglés, se embarca con Torrijos en una conspiración contra el gobierno absolutista de Fernando VII y paulatinamente se  ven frustrados todos los intentos por conseguir sus objetivos. Torrijos desembarcó en la costa de Málaga procedente de Gibraltar el 2 de diciembre de 1831 junto a sesenta hombres que lo acompañaban, pero cayeron en la trampa que les habían tendido las autoridades absolutistas y fueron detenidos. Nueve días después, el 11 de diciembre, Torrijos y 48 de sus compañeros supervivientes fueron fusilados sin juicio previo en la playa de San Andrés de Málaga.

Al amanecer del domingo 11 de diciembre, que sería el día de su muerte, Torrijos escribió una carta a su esposa, que se había quedado en Londres:

Málaga, Convento de Ntra. Sra. del Carmen el día 11 de diciembre de 1831 y último de mi existencia.

Amadísima Luisa mía:

Voy a morir, pero voy a morir como mueren los valientes. Sabes mis principios, conoces cuán firme he sido en ellos y al ir a perecer pongo mi suerte en la misericordia de Dios, y estimo en poco los juicios que hagan las gentes. Sin embargo, con esta carta recibirás los papeles que mediaron para nuestra entrega para que veas cuán fiel he sido en la carrera de las circunstancias me trazaron, y quise ser víctima por salvar a los demás. Temo no haberlo alcanzado; pero no por eso me arrepiento. De la vida a la muerte solo hay un paso y ese voy a darlo sereno en el cuerpo y en el espíritu […]. Ten la satisfacción de que hasta mi último aliento te he amado con todo mi corazón

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