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La increíble historia de la vida de Doña Trinidad Grund

Doña Trinidad Grund y Cerero de Campos, nació en Sevilla, el 28 de febrero de 1821, en una modesta casa de la calle de Toqueros. Su padre, Don Federico Grund, era natural de Hamburgo, y desempeñaba el Consulado de Prusia en Sevilla, cuando casó con Doña Trinidad Cerero y Arroyal, nacida y criada en esta ciudad.

Doña Trinidad Grund era una mujer hermosísima, de cuerpo airoso y un tanto varonil, estatura crecida, facciones por extremo expresivas, y unos ojos claros cuya mirada se encendía al dirigirse, siempre recta y resuelta, sobre aquel que le hablaba, como si nunca temiera de los demás, ni jamás hubieran entrado en su alma, pensamientos ni flaquezas, de los que hacen involuntariamente inclinar la vista.

Se casó con Don Manuel Heredia Livermore, hijo mayor del matrimonio de Don Manuel Agustín Heredia e Isabel Livermore.  Pero el destino de Doña Trinidad le deparó pocos días de felicidad primero con la muerte de su esposo Don Manuel Heredia Livermore, que se suicidó en el transcurso de una cacería en Motril y posteriormente la de su hijo, que tan sólo sobrevivió a su padre pocos meses, muriendo en una operación quirúrgica, intentada en vano para librarle de la asfixia del croup.

Doña Trinidad el 29 de Marzo de 1856, para trasladarse a la feria de Sevilla, embarca en el Miño con sus dos hijas, su cuñada María Heredia, y algunos otros parientes y amigos. El mar estaba tranquilo en el Estrecho de Gibraltar, y la luna lucía clara en un cielo sin nubes, y en un horizonte sin niebla. A las 11 de la noche, aunque hacía un tiempo primaveral en el Mediterráneo, se acercó un buque  que acabó rozando el costado del Miño y chocando por la proa; lo que abrió una brecha en el barco que  hacía casi imposible el salvamento por la rapidez con que se sumergía el buque. Doña  Trinidad, que comprendió lo inútil de todo esfuerzo para salvar sus hijas, se abrazó a ellas, y encomendando su alma a Dios, se dejó arrastrar por el remolino que el casco destrozado producía al hundirse en el abismo. La violencia de las aguas la aturdió unos instantes, y empujada por un banco de abordo, que se había enredado en sus vestidos, apareció en la superficie; pero en el momento de su desmayo, el torbellino le había arrancado sus hijas de los brazos, y aquella impresión de dolor la hizo entregarse desmayada y sin sentido al mar, que no la quiso para sí, y la sostuvo milagrosamente y sin hacer ella nada para salvarse; y como muerta, la recogieron en un bote, donde se habían amparado algunos pocos náufragos. Al recobrar el sentido en la orilla, que no estaba lejana, y recordar que el mar le había arrancado de sus brazos sus hijas, y las había sepultado allí mismo, dejándole cruelmente la vida, para que aquella impresión horrible de dolor se mantuviera, y pudiera llorarla por años perdurables.

Su vida se transformó desde aquella espantosa catástrofe; pero siguiendo los caminos que Dios le había trazado con tan tremendas pruebas, en ellos brillaron más vigorosos y más puros, los sentimientos elevados de su espíritu, y las dotes privilegiadas de su inteligencia y su voluntad. El vestido con el que le sorprendió el naufragio del Miño, y en cuya falda se enganchó el banco que la sacó a la superficie de las aguas, lo conservaba cual reliquia, destinándolo a vestir su cadáver, como si quisiera significar, que aquel día, había sido el de su desprendimiento de las alegrías y placeres del mundo. Su traje fue ya, hasta su muerte, el manto y el vestido negro. Sus abundantes cabellos castaños y de apiñada raíz, blanquearon pronto.

Doña Trinidad dedicó su fortuna, su voluntad y su inteligencia durante largos años al servicio de la caridad, bajo todas sus formas. Su principal fundación  para socorrer a los enfermos, para dar limosna a los pobres y como asistencia a los impedidos fue el Asilo de San Manuel. Murió enferma de cáncer de matriz, el lunes 31 de Agosto de 1896 a los 75 años, pero con la satisfacción de haber realizado una gran labor social y humana.

El palacio de Trinidad Grund, en la calle del mismo nombre, se ha rehabilitado recientemente. La tradición oral relata que en el edificio llegó a estar alojado brevemente José Bonaparte, hermano de Napoleón, en su etapa como rey de España (1808-1813). El también conocido como ‘Pepe Botella’ emprendió en los primeros meses de 1810 una expedición a Andalucía que constituyó la etapa más feliz de su breve reinado.

La cueva de Ardales o de Doña Trinidad Grund la adquirió en 1860 y condicionó para su visita a mediados del siglo XIX, como complemento de su negocio termal instalado en la vecina Carratraca.  Doña Trinidad se adelantó a su tiempo, porque la cueva fue la primera cueva turística de España.

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